domingo, 22 de marzo de 2009

Hemos coronado el Almanzor (2.592 metros)


El sábado 21 de marzo sobre las 13 horas, Nacho, Tomeu y yo -Hugo- llegábamos a la cima del Pico Almanzor, el más alto de la Sierra de Gredos y del Sistema Central, con sus 2.592 metros por encima del nivel del mar.

Llegábamos el viernes por la tarde al último lugar en donde el asfalto se come la tierra. La desnudamos y nos pusimos pies al firme con el fin de llegar esa misma noche al refugio, donde encontrar cena caliente y reposo. Nada más lejos de la realidad. Con la pérdida de luminosidad y el aumento de los vientos y de la dureza de la nieve -que nos hizo retrasar el avance- perdimos el camino y nos aventuramos a encontrarlo caminando por la loma de una elevación. Al llegar la noche, y el aumento del frío, la prioridad era encontrar un lugar libre de hielo donde descansar y hacer noche. Con matojos construimos un colchón en donde nos hicimos una sopa -camping gas, divino tesoro- y nos enroscamos en nuestros sacos hasta quedar dormidos con el firmamento como techo.

Nos desvelaron los primeros silbidos de gorriones tempraneros y la luz blanca de la mañana de la nieve. Nos erguimos y buscamos la fuente en la que un té y galletas de chocolate, nos dieron las primeras fuerzas para comenzar el camino que nos llevaría a la base del Circo de Gredos en donde dejaríamos atrás el refugio.
El blanco de la nieve hacía puro el camino, el desgaste lo justificaba, y el hecho de subir, de superar la verticalidad, de auparte a lo más alto venciendo el reto que plantea la montaña, con el desgaste moral de la nieve, con el sol en la oreja, y notar el contraste del sudor con el arisco frío del exterior, el dolor de las manos cuando tocan la nieve en un resbalón y ver hacia abajo y notar que poco a poco sí se sube, bien valen noches al firme y a la intemperie a la espera de derrotar a la montaña. Se trata de una lucha personal en la que el interior se supera, y respeta a su contrincante, firme por definición, duro y frío por condición, cuyo fin es llegar arriba y ver... como si estuvieses en lo más hondo de la existencia. Allá arriba, los puntos se hacen enormes, y la fusión con la nieve, hace del que asciende parte del firme ascendido.

Con la progresiva horizontalidad, se hace necesario un mayor control del avance. Se mira hacia arriba y se comprueba, como en la vida, que no es sino poco a poco, como se vence la verticalidad y el desgaste moral de la nieve. Con ayuda de los piolets, alcanzamos el fin del ascenso nevado. "¿Y ahora qué?", pregunté al llegar y ver que al otro lado no había un parking, un burguerking ni un área de descanso, sino la otra loma de la montaña, en descenso paralelo. Recorrimos esa cresta con cuidado, hasta el berrocal que corona el más alto de los picos del Sistema Central. Comprobé la pericia de Tomeu y Nacho, empedernidos seductores de la piedra, e hice lo propio, no sin miedo. La mezcla del hielo, impracticable, y la piedra firme nos llevaron a la cima en donde el sol nos dijo: "Éste es el principio. Ahora, comed algo y bajad, pues éste es sólo lugar de paso".